Por el narcoterrorismo, la negligencia de los mismos que gobernaron ayer y que gobiernan hoy en México.
Las palabras que AMLO pronunció en su conferencia mañanera de este miércoles 28 de junio, en torno a los trabajadores de la Secretaria de seguridad Publica del Estado de Chiapas secuestrados en ese Estado por un grupo criminal que pelea la plaza contra otra organización delictiva, han generado diversas reacciones. Entre ellas, destaca la de Herminia Sánchez, esposa de Abelino Moreno, uno de los trabajadores secuestrados, quien acusó que el presidente de burló del caso. No me extraña esa actitud de quienes en el pasado gobernaban la Ciudad de México y pudieron evitar la tragedia de aquel linchamiento de 3 policias federales y en donde 2 perdieran la vida enTlahuac, simplemente fueron negligentes y actuaron muy tarde. Hoy gobiernan el país y casi 20 años despues, no hacen nada para mejorar la seguridad, simplemente en Chiapas para resolver esta situación las respuestas del gobierno federal y estatal dejan mucho que desear y sin lugar a dudas, deja al observador con más de mil reflexiones.Recordando aquel noviembre de 2004, los investigadores de la Policía Federal Preventiva estaban ahí en aquel pueblo de San Juan Ixtayopan, en Tláhuac, Ciudad de México porque habían sido asignados para investigar actividad de narcomenudeo. La Policía Federal Preventiva tenía en su poder, una lista de 150 inmuebles en toda la Ciudad de México, donde sospechaba, se comercializaba todo tipo de estupefacientes: marihuana, perico, crack, cocaína, LSD, entre otras. El narcomenudeo era un negocio que comenzaba a gestarse en las entrañas más profundas de la urbe capitalina.
Me tocó vivir esa situación de aquel noviembre de 2004 desde la Coordinacion General de Asesores del C. Secrtario de Seguridad Publica Federal y hoy puedo ver con gusto a mi amigo y compañero Edgar Moreno Nolasco, unico sobreviviente de aquellos hechos y que actualmente está activo en la Guardia Nacional, son de los pocos policías federales que siguen en la Guardia Nacional, pero me impresiona que Lopez Obrador no pudo aprender de aquellos errores.
Ya para terminar el primer día de investigación, justo en esos momentos, Cristóbal Bonilla y Víctor Mireles habían sido increpados por un grupo numeroso de personas, los habían bajado del auto, al igual que Édgar, eran cuestionados, insultados, golpeados, mientras también les amarraban las manos.
Édgar Moreno intentó conciliar y se dirigió con uno de sus agresores: -Dame oportunidad de demostrarte que somos gente honesta, gente trabajadora. Somos elementos de la Policía Federal. Me voy a identificar.
Pero ignoraron su petición y a cambio comenzaron a esculcarlo, lo despojaron de su cartera, gafete y credencial de la PFP y de su credencial de elector. El enojo de los pobladores iba in crescendo y la tomaron contra el auto de los policías. Con tubos y palos le rompieron los cristales, los trancazos deformaban la lámina y estética del vehículo. Todo empezaba a tornarse caótico y hasta el sol, que minutos antes se negaba a esconder, comenzó a declinar en el horizonte. A lo lejos, se escuchaban las campanas de la iglesia que repicaban. El pequeño grupo de padres de familia que en un inicio abordó a los policías, se había tornado en cuestión de minutos en una muchedumbre.
Anocheció y el suplicio continuaba contra los tres policías de la Federal Preventiva, quienes recibieron una primera golpiza por parte de los pobladores, quienes estaban cada vez más enfadados y no entendían de razones. Se aferraban a la idea de que eran los secuestradores que hacía un mes, habían raptado a dos niñas originarias del rumbo. Los responsabilizaban del rapto y les exigían que las devolvieran.
Mientras esto sucedía, Édgar, Víctor y Cristóbal eran cobardemente golpeados, recibían patadas y puñetazos en distintas partes de su cuerpo y después de cerca de 20 minutos, hicieron una pausa, la cual Édgar Moreno aprovechó para soltarse de las amarras. Hurgó en el bolsillo de su pantalón y sacó su teléfono celular y con él en la mano, suplicó: -¡Denme chance de demostrarles que somos gente honesta! Voy a llamarle a mi jefe, agente de la Policía Federal.
Sorpresivamente, los pobladores aceptaron la petición de Moreno Nolasco, quien se comunicó con su jefe inmediato, el subinspector Manuel Ángel García Lugo.
-Bueno, jefe, soy Édgar Nolasco, ayúdenos, por favor. La gente piensa que somos secuestradores. ¡Nos están golpeando! No nos creen que somos policías federales.
¡Mándenos apoyo, por favor, porque si no, aquí nos van a linchar!
¡Mande un oficio de comisión, por favor jefe! ¡Nos van a linchar!
-Si Édgar, enterado. ¡No te preocupes, vamos para allá! –Fue la respuesta que le dio García Lugo y colgó de inmediato.
En esos momentos, dos policías de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México llegaron al lugar e intentaron mediar con los pobladores, la información llegó por la cadena de mando a Marcelo Ebrard quien era el titular de la Secretaría de Seguridad de la Ciudad de México y también al Jefe de Gobierno de la Ciudad que era Andrés Manuel López Obrador, sin embargo, no se ordenó alguna respuesta inmediata para rescatarlos.
Los policías de la ciudad de México que ya estaban en la zona no hacían nada para que cesara la violencia contra los tres investigadores de la PFP.
Mientras eran torturados, física y psicológicamente, Cristóbal, Víctor y Édgar caían al piso debido a los golpes, los arrastraban, los volvían a levantar para tundirlos de nuevo, ahora los agresores los percutían con palos y tubos, y las acusaciones no cesaban:
“¡Ustedes son los pinches secuestradores, regresen a las niñas!” “¡Ya estamos hasta la madre de ustedes!” Las amenazas tampoco: “¡Los vamos a quemar vivos, hijos de la chingada!” “¡Sáquenles los ojos, para que aprendan!”
No obstante, después de la segunda golpiza propinada a los policías de la PFP, la multitud hizo una pausa y permitieron que Édgar Moreno Nolasco se comunicara por segunda vez por teléfono. El policía le marcó a un compañero de la corporación y le solicitó que pidiera apoyo de sus superiores, lo más rápido que pudiera porque si no los iban a linchar.
De pronto, la delegada de Tláhuac, Fátima Mena, llegó al lugar acompañada de dos uniformados de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México e intentó dialogar con la turba: -A ver, qué es lo que está pasando aquí –Un hombre fuera de sus casillas le contestó: -Si ustedes no quieren ver por el pueblo, nosotros lo vamos a remediar. ¡Ya estamos hartos! ¡Les hemos pedido que pongan solución a esto y no nos hacen caso!
En medio del tumulto, la delegada contestó a gritos: -Aquí estoy, haciendo frente a la situación. Díganme, qué es lo que está pasando. Entonces una mujer robusta, de tez blanca, apodada “La Gorda”, se le puso cara a cara a Fátima y le respondió airadamente: -¡A ver, Fátima, será mejor que te vayas! ¡Si te quedas, yo no respondo! ¡Esto ya valió madres! –¡Está bien, me voy a ir, pero contrólalos, contrólalos! –La delegada no lo pensó dos veces, se dio la media vuelta y se fue.
Para esos momentos, los tres elementos de la Federal Preventiva llevaban más de dos horas soportando el martirio. Reporteros de varios medios de comunicación se encontraban en el lugar siguiendo los pormenores, entre ellos, los de las dos televisoras más grandes del país, pero ningún agrupamiento policiaco para rescatar a Édgar Moreno, Víctor Mireles y Cristóbal Bonilla, sólo un helicóptero de la policía de la Ciudad de México sobrevolaba la zona, pero ninguna orden concreta para llevar a cabo el rescate.
Pasadas las 20:00 horas, el país entero sabía lo que estaba pasando en San Juan Ixtayopan, con los tres agentes de investigación de la PFP, entonces ¿por qué ni el comisionado de la PFP, José Luis Figueroa, o el secretario de Seguridad Pública del entonces Distrito Federal, Marcelo Ebrard, o el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México Andrés Manuel López Obrador ordenaban el rescate? ¿Por que nadie asumía su responsabilidad y actuaban de manera contundente para salvarles la vida?
Tendidos en el suelo, humillados y hundidos en la desesperanza, todavía Édgar Moreno suplicó por última vez a sus torturadores, le dejaran hacer una llamada más, para demostrarles que no eran secuestradores, como ellos creían, y que estaban en San Juan Ixtayopan, investigando una supuesta narcotiendita.
Así que tomó su teléfono y habló con uno de sus mandos. Esta llamada se televisó en vivo y fue vista y escuchada por miles de personas, debido a que un reportero de Televisa y su camarógrafo, la transmitieron en tiempo real.
Repentinamente un sujeto le arrebató el celular y profirió amenazas: -¡Si no vienen en media hora, los vamos a matar! ¡Devuélvanos a las niñas que se llevaron! ¡Si no lo hacen, los vamos a quemar vivos! –Los ánimos de la turba volvieron a encenderse con facilidad y arremetieron de nuevo contra los tres policías, los tiraron al piso y los comenzaron a patear de manera brutal.
Tres sujetos tomaron a Cristóbal como si fuera un muñeco de trapo y lo arrastraron varios metros, después lo golpearon con palos, tubos, con lo que tenían a la mano, su rostro en cuestión de segundos se puso todo amoratado. Ya casi no se quejaba de los golpes que recibía, ya no tenía fuerzas ni aliento para hacerlo. De pronto lo aventaron y Cristóbal parecía inconsciente. Después de algunos segundos, suspiró y ya no se movió.
Mientras, Víctor y Édgar se tomaron de la mano, estaban de cara al asfalto y eran golpeados por la turba.
–¡Resista señor, resista! ¡Ya nos dijeron que vienen por nosotros! –Le decía Édgar Moreno a su compañero, al mismo tiempo que le apretaba la mano, en una forma de transmitirle ánimos y esperanza, si es que todavía quedaba algo de ello en Víctor.
La muchedumbre enardecida arrastró a Víctor en calidad de bulto y sin camisa ya, debido al martirio.
A Édgar lo sentaron en la banqueta, lo despojaron de su reloj y comenzaron a hacerle palanca en el brazo con el apoyo de un poste de luz, éste gritaba y movía su extremidad para que no se la fracturaran. A lo lejos pudo ver, cómo Víctor había corrido la misma suerte que Cristóbal, ya que después de ser golpeado hasta el hartazgo, estaba sobre el suelo sin moverse, entonces perdió todas las esperanzas, se convenció de que sus mandos no los ayudarían, los habían abandonado y él también iba a morir.
Cristóbal Bonilla y Víctor Mireles yacían inconscientes, ambos en andrajos por la tortura, entonces alguien comenzó a gritar que los quemaran y pronto se volvió en consigna generalizada.
-¡Échenles lumbre a los hijos de la chingada! –Tres sujetos llegaron con garrafas de gasolina y comenzaron a rociar los cuerpos de los policías y después les prendieron fuego.
Luego tomaron la decisión de hacer lo mismo con Édgar, a quien arrastraron hacia el quiosco del pueblo, éste iba semidesnudo también y sangrando por la boca y nariz.
-¡Aviéntenle de piedras! ¡Vamos a matarlo a pedradas! –Gritaban hombres y mujeres. Édgar se enconchó y lo único que se le ocurrió fue cubrirse la cabeza. Fue entonces cuando se dio por vencido, tuvo la certeza de que lo iban a matar.
-¡Dios mío, aquí voy a quedar! –Fueron las palabras de Édgar Moreno Nolasco y de pronto sintió que dos personas lo tomaron por los hombros y lo levantaron, se trataba de agentes de la Policía Judicial, quienes lograron llegar antes de que también lo mataran.
Al día siguiente, se realizó un operativo para ir tras la captura de los responsables del linchamiento. Más de 300 elementos entre las corporaciones de la Agencia Federal de Investigaciones de la PGR de la Secretaría de Seguridad Pública Federal y de la misma Policía de la Ciudad de México, supervisados por 5 ministerios públicos federales detuvieron a 32 personas sospechosas de participar en el homicidio. Y es cuando uno se pregunta ¿Por qué no desplegaron esa fuerza policiaca horas antes para rescatar a Édgar Moreno, Víctor Mireles y Cristóbal Bonilla? Claro que era justo que los responsables de su muerte merecían un castigo, pero por qué no intentaron siquiera ayudarlos y dejaron pasar tantas horas.
Ah!, y como es costumbre en México, las autoridades se echaron la culpa mutuamente, porque así es más sencillo siempre, que asumir los propios errores. Que explicación lógica daban a los familiares de las tres víctimas, si dos de ellos: Víctor Mireles y Cristóbal Bonilla habían entregado sus vidas al servicio de la policía. Si la verdad fue que los abandonaron y fueron negligentes.
Meses después, fueron cesados de sus cargos Marcelo Ebrard Casaubón, en ese entonces secretario de Seguridad Pública del DF, José Luis Figueroa, comisionado de la Policía Federal Preventiva, junto con otros ocho mandos más de la misma corporación, entre ellos Manuel Ángel García Lugo y José Luis Palacios Razo, jefes directos de los tres policías linchados, quienes no hicieron nada por salvarlos.
Siete años después, en 2011, elementos de la Policía Federal detuvieron en el Ajusco, al sur de la Ciudad de México, al matrimonio señalado como los principales instigadores del linchamiento contra Édgar Moreno Nolasco, Víctor Mireles y Cristóbal Bonilla en 2004. Ellos eran Alicia Zamora Luna, alias “La Gorda” y su esposo Eduardo Torres Montes. Se les acusó por los delitos de homicidio calificado, robo, daño en propiedad ajena y delitos contra servidores públicos, todos éstos en la modalidad de pandilla.
Aunque todos los señalados, civiles y autoridades hubieran recibido un castigo, cabe preguntarnos quiénes eran los verdaderos responsables de la tragedia; ¿las autoridades que fueron negligentes con las denuncias de los pobladores de Tláhuac, quienes habían señalado varios secuestros de niños en la zona, o los culpables fueron los mismos pobladores, por tomar justicia por su propia mano? No obstante, una situación quedó más que esclarecida, Édgar, Víctor y Cristóbal, no eran los plagiadores que ellos afirmaban.
México sigue sin aceptar políticamente que se vive una etapa crítica derivada del Narcoterrorismo, desviar la atención de la actual crisis de nada favorecerá ni al gobierno en turno, ni a la población que sufre a diario actos violentos impidiendo el normal desarrollo de la sociedad mexicana.Hoy en Chiapas están en una situación crítica y lamentablemente la respuestas son negligentes y con el riesgo de que se pierdan vidas humanas.